El Monte Tabor y la Basílica de la Transfiguración.
- asanzbarrios
- 23 oct
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En el corazón de Galilea, al este de Nazaret y cerca del valle de Jezreel, se alza el Monte Tabor. A lo largo de los siglos, este monte ha sido considerado un lugar de revelación, un punto de encuentro entre el cielo y la tierra, donde lo divino se manifiesta de manera visible a los hombres.
El Monte Tabor es uno de los destinos espirituales más significativos para los peregrinos que viajan a Tierra Santa. No solo por su belleza natural y sus vistas panorámicas, sino por el profundo significado teológico y espiritual que encierra: la Transfiguración de Jesús, uno de los acontecimientos más sublimes narrados en los Evangelios.
Un monte con historia: del Antiguo Testamento al Evangelio
El Monte Tabor aparece ya mencionado en el Antiguo Testamento. En el libro de Josué, se lo cita como punto de referencia en la delimitación de las tribus de Israel (Jos 19,22). En tiempos de los jueces, fue escenario de la victoria de Débora y Barac sobre el general Sísara (Jue 4,6-15). Así, antes incluso del cristianismo, el Tabor ya era símbolo de fortaleza y de encuentro con Dios.
Con el paso de los siglos, su ubicación estratégica lo convirtió en punto de defensa y de culto. En época helenística y romana se fortificó, y durante las Cruzadas fue escenario de batallas. Pero más allá de los hechos militares, el Tabor quedó grabado para siempre en la memoria cristiana por el episodio narrado en los Evangelios de Mateo (17,1-9), Marcos (9,2-8) y Lucas (9,28-36): la Transfiguración del Señor.
La Transfiguración: un anticipo de la gloria eterna
Según los Evangelios, Jesús llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan a un monte alto. Allí, “su rostro resplandeció como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz”. En ese momento, Moisés y Elías se les aparecieron conversando con Él. Una nube luminosa los cubrió, y de ella se oyó una voz que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadlo” (Mt 17,5).
Este acontecimiento revela la gloria divina de Cristo antes de su Pasión, confirmando su identidad como Hijo de Dios y preparando a los discípulos para los momentos de sufrimiento que vendrían. Por eso, la Transfiguración se considera una manifestación de esperanza y fortaleza para la fe, un recordatorio de que la cruz conduce siempre a la gloria.
La tradición cristiana identificó desde muy pronto el Monte Tabor como el escenario de este suceso. Desde el siglo IV existen testimonios de peregrinos que subían al monte para orar y celebrar la Eucaristía. Con el tiempo, el Tabor se convirtió en uno de los lugares más venerados en la peregrinación a Tierra Santa, junto con Jerusalén, Belén y Nazaret.
La Basílica de la Transfiguración
En la cima del monte, rodeada de cipreses y con una vista impresionante sobre el valle de Jezreel, se levanta hoy la Basílica de la Transfiguración, uno de los templos más emblemáticos de Tierra Santa.

El edificio actual fue diseñado por el arquitecto Antonio Barluzzi, conocido como “el arquitecto de Tierra Santa”, y construido entre 1919 y 1924 sobre las ruinas de antiguas iglesias bizantinas y cruzadas. Barluzzi quiso expresar en piedra el misterio de la Transfiguración: la unión entre lo humano y lo divino, entre lo terreno y lo celestial.
La fachada del templo, de estilo neorrománico, presenta dos torres que simbolizan a Moisés y Elías, mientras que la puerta central representa a Cristo, punto de unión entre ambos. En el interior, tres altares recuerdan los tres momentos del relato evangélico:
El altar central, dedicado a Jesús transfigurado, donde la luz que entra desde lo alto inunda el presbiterio.
Los altares laterales, dedicados a Moisés y Elías, testigos de la Ley y los Profetas.
En la cripta inferior se conservan restos de las construcciones más antiguas y un mosaico que evoca la nube luminosa que envolvió a los apóstoles. Cada año, el 6 de agosto, se celebra en este lugar la fiesta litúrgica de la Transfiguración, una de las solemnidades más bellas del calendario cristiano.

El Monte Tabor en la peregrinación a Tierra Santa
Visitar el Monte Tabor supone revivir uno de los pasajes más profundos del Evangelio. Para llegar a la cima, los peregrinos deben ascender por una carretera estrecha y sinuosa que solo permite el acceso mediante pequeños vehículos, gestionados por los franciscanos custodios del santuario. El recorrido, aunque breve, simboliza el esfuerzo interior que todo cristiano realiza para subir espiritualmente “al monte del Señor”.
Desde lo alto, las vistas del valle de Jezreel y del lago Tiberíades son sobrecogedoras. Muchos grupos celebran allí la Santa Misa, y el momento suele convertirse en uno de los más emotivos de toda la peregrinación.
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